En resumen, España ha tenido ya casi 13 años de crecimiento elevado e ininterrumpido gracias a la globalización en general y a un doble choque positivo, uno financiero (dinero barato) y otro real (inmigración creciente), que ha permitido más que compensar el choque negativo del alza del petróleo y de otras materias primas y la mayor competencia internacional.
La otra cara de la moneda es una economía recalentada, siendo la inflación aún casi un punto superior a la de la zona euro, aunque con clara tendencia a la baja, una burbuja inmobiliaria y un elevado déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos del 8% del PIB, eso sí, debido en su totalidad, al contrario que el de EE UU, a que la inversión nacional, en porcentaje de PIB (cerca de un 30%), ha aumentado más que el ahorro nacional. Pero dicho déficit muestra también una pérdida indudable de competitividad externa que ha supuesto pérdida de cuota en las exportaciones mundiales y en el mercado nacional.
Además, el actual crecimiento es desequilibrado y poco diversificado, por el peso excesivo del sector de la construcción y por la fuerte aportación negativa del sector exterior al mismo. Finalmente, casi todo el crecimiento se ha debido a la acumulación de los dos factores básicos de producción: trabajo y capital, sobre todo el primero, ya que el crecimiento de la productividad conjunta de ambos factores ha sido el más bajo de la UE a 15 miembros. Es decir, la economía española está boyante, pero su crecimiento es desequilibrado y poco eficiente, lo que hace que la elevada tasa actual no pueda ser sostenible a medio plazo.
Guillermo de La Dehesa: La Proxima Recesión, El Pais, 21.1.07
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